Cuando el caserío se llenaba de helecho

03/09/2020
Septiembre también tiene su propia voz. Y el/la baserritarra ha sabido interpretar esa melodía durante siglos. Con el carro preparado y la hoz afilada, septiembre ha sido el mes de recoger el helecho. Hoy en día, aunque no sea con helecho es el momento de preparar el abono de la tierra.

LA HUERTA

Antes de cubrir la huerta con las plantas de otoño e invierno habrá que recoger las últimas cosechas de verano: pimientos, calabacín, tomate, etc. Al lado de estos cultivos el maíz y la alubia empiezan a mostrar su frutos, convirtiéndose en los amos de la huerta en otoño. Junto a éstos también entre otras plantas la coliflor, col, acelgas y puerros. 

En cuanto a la fruta, llega la temporada de la manzana y la uva, tal y como dice un refrán: “iraila hasteko euria, mahatsaren edaria”, (la lluvia de principios de septiembre, bebida para el viñedo). También en los siglos XV, XVI y XVII, en los lagares donde se producía sidra, también se elaboraba chacolí o vino, utilizando la misma tecnología que se puede ver en Igartubeiti. 

Sobre la naturaleza del mes de septiembre, en los tiempos del emperador romano Romulo, al ser el séptimo mes se le puso el nombre de “september”. Derivado del latín, en castellano se ha conservado el mismo nombre, aunque más adelante en la historia el mes de septiembre se convirtiera en el noveno mes. En euskera, su nombre tiene otra raíz y otro significado, que lo podemos rastrear observando la relación histórica y cultural que ha tenido el ser humano con su entorno. Recordar el refrán: “todo lo que tiene nombre es”.El nombre más común para este mes es Iraila.

No es de extrañar. Este nombre deriva de un trabajo concreto que se llevaba a cabo durante este mes. Es decir, es el mes para recoger iratzea (de aquí iraila) o garoa, helecho. ¿Para qué?.Era necesario para satisfacer las necesidades concretas de la economía del caserío. Se utilizaba para hacer las camas para el ganado, para poder soportar el invierno en la cuadra. 

Imagen: Mikel Mendiola

Pero no se acaba ahí el recorrido del helecho. Esas camas de helecho denominados inaurkinak mezclados con los excrementos del ganado suponía una riqueza para el caserío, un abono orgánico de mucha calidad, que se utilizaba en la huerta. De modo que el helecho que se recogía en las laderas de las montañas otra vez retornaba a la naturaleza en forma de abono. De esta manera, con la ayuda de las propiedades o características que tiene el helecho le aportaba a la tierra minerales como el magnesio. 

Puede que parezca un hecho simple y mecánico, que se repetía cada año. Pero al observar nos damos cuenta que es una actividad que engloba y relaciona diferentes aspectos aparentemente ajenos entre sí. En general se puede definir como una actividad económica del ámbito del caserío. Explotación de un recurso. Además, se llevaba a cabo de un modo ordenado, ya que estaba regida por unas medidas concretas. De modo que este hecho económico se interrelaciona con la gestión de los recursos y la cuestión de la propiedad, en concreto de los comunales. 

A este recurso una vez recogido se le daba un uso o valor productivo, en forma de camas para el ganado. Al “desecho” que se generaba después de ese uso, el/la baserritarra también le daba un uso, dándole un valor añadido.  De modo que en este caso el concepto de “desecho” no sería el apropiado, pues no es un desperdicio. Justo lo contrario. Como se ha mencionado, ese “desecho” es el abono orgánico que utilizaba el/la baserritarra para su huerta. De modo que también se relaciona con el aspecto de la ecología. Y como no, el aspecto cultural, como un legado histórico y patrimonial de una comunidad. 

De modo que partiendo de un elemento concreto que es el helecho, queda a la vista que lo que se ha denominado la “economía primitiva del caserío” o “la economía de autosuficiencia” cumple con las características de lo que se conoce como economía circular, teniendo como base la idea de la resiliencia. Y además pone de manifiesto que la economía no se debe entender como un ente autónomo y desligada de otros ámbitos de la vida. 

Imagen: Mikel Mandiola

El tema del helecho nos recuerda el libro Garoa de Txomin Agirre. Además se escribió en un momento en el que la “estabilidad” del caserío o aquel mundo “duradero” del caserío se tambaleaba. Se puede entender como la tensión entre la tradición y la modernidad. Es decir los cambios históricos, culturales y sociales llevados al caserío. Hoy en día esta discusión sigue muy vigente. En estos tiempos de extrema globalización y en el que las particularidades históricas y culturales de cada lugar están siendo alteradas o absorbidas, ¿cómo serán los caseríos y el mundo que representan en un futuro cercano? ¿Cómo adaptarse a una sociedad que les exige nuevos modelos sin renunciar a su legado histórico? 

DONDE SE UNEN EL PAISAJE Y LA HISTORIA

Con el ejemplo del helecho hemos comprobado que los sucesos históricos afectan a la vida del baserritarra. Y el mismo paisaje nos informa de esos sucesos o cambios históricos y culturales, entendiéndolo como una estructura de redes. 

¿Por qué remarcar esto? Pues en el caso del helecho es un ejemplo en el que se relacionan los hechos históricos con el modo de organización y la explotación del entorno. La pérdida de los comunales y las exigencias de una sociedad industrializada, provocaron la pérdida de esta actividad entre otras muchas cosas. 

Pero el abastecimiento de helecho no siempre era la cantidad que cada uno estimaba. Era una actividad que estaba regulada por medidas y leyes concretas. Los/las baserritarras que no podían cosechar lo suficiente en sus terrenos particulares, debían abastecerse de los pastos comunales, y para ello tenían que cumplir con una normativa. El del helecho no era el único caso. En el caserío se necesitaba leña, frutos o pastos que se encontraban en los comunales. Todas estas actividades han ido creando  durante siglos el paisaje que nos rodea. 

De modo que los cambios que se daban en la gestión de esos campos comunales o concejiles tenía consecuencias en el caserío, en la agricultura, en la ganadería y en el paisaje. En concreto las consecuencias de las Guerras Carlistas fueron evidentes en relación a los comunales. 

Antes de dichas Guerras Carlistas, en junio de 1808, como consecuencia de la Guerra de la Independencia, las Juntas de Guipúzcoa permitieron la venta de los comunales. Y después las Guerras Carlistas aceleraron este proceso.  Pero en esas compraventas los/las baserritarras no tenían cabida. Eran los jauntxos y los que acaparaban el poder local y administrativo quienes se hicieron con esas tierras. Ante ese suceso, no fueron pocos/as los/las baserritarras indignados/as. Esas tierras eran necesarias para el sustento de sus caseríos. Pero aunque eran ellos/ellas las que trabajaban esas tierras se quedaron sin ellas, ya que  estaban al margen de esa lucha de poder para hacerse con el monopolio.

Campesino de Gabria 1960 (Gure Gipuzkoa)

Los nuevos propietarios empezaron a parcelar los terrenos y por lo tanto los/las baserritarras se encontraban con el acceso cerrado a los pastos, sin poder entrar con su ganado o sin poder abastecerse de otros recursos. La tala del bosque también fue catastrófica. Los nuevos propietarios buscaban amortizar el capital invertido y los gastos generados por la guerra demandaban mucha madera. 

Son muy significativas  las palabras que dirigió el Vicario de Olaberria al Diputado de Guipúzcoa de aquel entonces, recogidas en el trabajo de Arantza Otaegi “Guerra y crisis de la hacienda local.”

“En muchos pueblos, especialmente en pequeños, tres o cuatro Zorriprestus, Beti-Alcates, prepotentes, caciques, se han hecho estos años pasados marqueses de repente, indianos sin que ninguna flota se les haya venido de América con lo que han usurpado o robado de los bienes concejiles”.

A la problemática generada por la cuestión de los comunales, se le añadió la carga y presión de las guerras que tuvo que soportar el caserío. Por un lado los baserritarras eran reclutados para la guerra, los alimentos producidos en el caserío eran confiscados por las tropas y la resistencia ante esa autoridad tenía graves consecuencias: la quema del caserío.

De esta manera, se puede observar cómo el paisaje también nos informa sobre los hechos históricos. El paisaje actual es consecuencia de los sucesos que acaecieron en los siglos pasados. Y el paisaje del mañana es consecuencia de los sucesos actuales.