Mujeres vascas, mujeres con historia

25/07/2019
Cuando Nathalia Heim vio la convocatoria de residencia PATRIM+ supo que era para ella. Cuando llegó pensó que el camino quizás no sería fácil, hoy hace balance y celebra todo lo que ha aprendido y explorado durante la residencia PATRIM+ en Igartubeiti en este texto.

Ya a mitad de camino de la residencia artística en el Museo Igartubeiti, y un poco más también, hago una pausa para repensar(me), tomar impulso y seguir. Siempre digo que desde que vi publicada la convocatoria a las residencias transfronterizas PATRIM+, estuve segura que quería participar y que ese espacio de creación, de algún modo, era para mí. Si bien confiaba en mi formación y recorrido artístico, puedo decir que la corazonada era más emocional. No tengo raíces vascas (mi abuela siempre nos dice que ella es vasca, pero nunca pude saberlo con seguridad, aunque ella está orgullosa en afirmarlo), no obstante es una tierra que siempre me llamó y, sobre todo, sus mujeres.

Durante junio estuve en Argentina, todo el mes con los míos. Esos oasis que se abren una vez por año para las aves de paso como yo. Al regreso, hice escala en Madrid cuatro días y me tomé el tren a Zumárraga, donde me irían a buscar. El hierro trémulo avisaba que una experiencia de vida nueva empezaba, mezclándose con varias sensaciones, muchas ajenas a ella (despedidas, no tener tierra donde echar raíces, ganas infinitas de hacer y crear, entre otros). Estaba nerviosa, claro que sí. Estaba nerviosa, no quería hablar con nadie, menos quedarme dormida por miedo a pasarme, y tenía mucho sueño. Después de todo yo venía a trabajar sobre ese concepto -del cual descreía- sobre la mujer vasca, se decían muchas cosas de ellas, como por ejemplo que eran "cerradas", ¿y si era verdad? ¿y si me tocaba "remar en dulce de leche"? Eso no me daba miedo, pero por las dudas había decidido no reírme demasiado, sé que me río mucho y pensé que quizás no iba a caer demasiado bien.

Me recibió Kizkitza, del Museo Igartubeiti. Me esperaba detrás de los controles del tren. No fuimos muy efusivas, sí muy correctas y estuvo muy bien. Éramos nuevas en esto y seguramente ninguna de las dos quería fallar. Llegamos a Ormáiztegi, centro de acción junto con Ezkio para avanzar con el proyecto y desde donde empezó a tejerse una red de mujeres poderosas que me ayudaron mucho en el proceso. La primera semana iba acercándome a toda mujer que me cruzaba para explicarle que estaba realizando una residencia en la cual me proponía sacar el foco del concepto existente sobre la mujer vasca, para poder indagar mediante entrevistas individuales qué significaba para cada una ser mujer vasca, cómo se vinculaba eso con el territorio, natural e industrial, y con su historia personal. Esa semana obtuve la cantidad de "no" que me hicieron pensar que podría ser un poco áspero el camino. Pero, no sé bien en qué momento, algo se destrabó. Miento, sí sé. Kizkitza y Marta, también con la colaboración de Lurdes, generaron contactos claves: presenté el proyecto en la Casa del Jubilado, en la Casa de las Mujeres, a Ane de la Secretaría de Kultura, entre otros espacios, y empezaron a aparecer las primeras mujeres valientes que se acercaban para construir un espacio de charla informal, no por eso menos serio.

Hoy ya llevo hechas 17 entrevistas, 17 entrevistas únicas e irrepetibles como cada una de las interlocutoras. Hablamos sobre la mujer vasca, sobre la infancia, la adolescencia y la adultez, sobre ser madre, sobre ser nieta y abuela, sobre vínculos que nos atraviesan tanto como el idioma, sí, también hablamos sobre el euskera. En cada encuentro descubro una nueva mujer, ninguna se parece a otra, y eso lo celebro. Por estos días voy confirmando que no hay una mujer vasca, hay mujeres vascas y sobre todo mujeres con historia.

Luego de las entrevistas, nos encontramos nuevamente para hacer sus retratos, fotografías que puedan traducir poéticamente lo compartido en la conversación previa, en la que aparecen elementos de alto contenido simbólico para cada una. Esta parte del proceso comenzó a fines de la semana pasada y continuará toda esta semana. Tanto las entrevistas como las fotografías nos encuentran, a ellas y a mí, a pesar de las diferencias. Siento que las puedo comprender, que las puedo escuchar bien y que no tengo más que agradecer el canal de confianza y respeto que se genera en tan poco tiempo. De creer que no iba a contar con sus presencias en este proyecto a ser ya casi 20 protagonistas, claramente hay una distancia tan amplia como la satisfacción que me da. Con ellas ya pasé del caserío a la industria, de la calle a la playa, de los pueblos al monte y así seguirá hasta la exposición en el Museo Igartubeiti, donde nos miraremos a los ojos, sabiendo que aquí estamos, presentes, las unas para las otras.